jueves, 28 de febrero de 2013

Doceava Crónica

Hace cosa de un mes, cuando yo empezaba a escribir esta crónica, Harold Camping, un predicador estadounidense salía a decir que se nos venía el fín del mundo. Concretamente dijo que el 21 de mayo los elegidos ascenderían a los cielos y que el 21 de octubre “cataplasma”, desaparecíamos todos.

Convenientemente mucha gente hizo grandes donaciones a su fundación para que este RRPP celestial los pusiera en la exclusivísima lista de entrada al Heaven´s Club, que nunca supe bien por qué administraba él, pero que ahora que pasó la fecha y todos se quedaron con las valijas hechas y preguntándose si habrá yerba en el cielo, no sólo demostró que aparecer en televisión es cada vez más fácil, sino también que la gente tiene pánico a morirse.

El miedo y las ficciones útiles (Crónica Metafísica)

Cuando yo era chico, muy chico y vivía en el departamento de Tolosa, en el PH al que no volví nunca más, que ya ha sido escenario de otras crónicas del blog, le tenía miedo a los ladrones. Ni a monstruos, ni a extraterrestres, a mí me daba miedo la gente de verdad.

Este miedo, producto de que en casa se mirara mucho el noticiero, como los primeros miedos imagino que de todos, aparecía por la noche y en la oscuridad de mi habitación. Al principio lo sobrellevé con gritos, llanto y visitas nocturnas a la cama de mamá y papá, pero un día la cosa no dio para más y tuve que empezar a arreglármelas solo.

Una noche enroscado en un par de frazadas, que por una cuestión de proporciones me cubrían mejor de lo que me cubren ahora, encontré la forma, el método para el que no necesitaba absolutamente la ayuda de nadie, ni de nada y que me parmitía dormir tranquilo. Quiero aclarar que no estoy hablando de la masturbación, ni de una calibre 22.

Lo que hacía envuelto en las frazadas era simple: cerraba los ojos e imaginaba dos caricaturas de ladrones cliché, uno gordo y otro flaco, con antifaces y camisa a rayas horizontales negras y blancas que intentaban torpemente entrar en mi casa y nunca podían. Esa pelotudés de pensar pequeños guiones de comedia cada noche, era como mirar dibujitos en la cabeza hasta dormirme y funcionaba de mil maravillas. Era un método mucho más divertido que ese otro inentendible de contar ovejas y suplía bastante bien la TV que nunca tuve en mi cuarto. Fue la primera vez que usé la imaginación para solucionar algo real.

Desde ese, que es el primer recuerdo de haber imaginado cosas que no existían, pero que verdaderamente me eran útiles en la vida, empecé a aplicarlo a distintas circunstancias sea por miedo o por diversión, pero a veces la cosa se va de control y la sucesión de hechos se vuelve irrefrenable.

Por ejemplo cuando escuchaba a Camping hablando en TV dos meses atrás del día del juicio final y del Apocalipsis, de los cuatro jinetes bíblicos que iban a bajar de los cielos, yo pensaba “la religión tiene que renovarse”, seamos sinceros, cuatro tipos a caballo bajando de una nube, hoy no sólo que suenan anacrónicos, además no asustan a nadie. Así que actualicé en mi cabeza la historia haciendo que en lugar de jinetes los que bajaran fueran cuatro “Hell Angels”, esa pandilla de motoqueros tatuados criminales norteamericanos que azotan las rutas yankees en sus motos chopper, es más verosímil, más actual.


Pero ahí la catástrofe, pierdo las riendas de los propios procesos mentales e instantáneamente el sistema de autodefensa agarra a los temerarios “Hell Angels” y los desvirtúa convirtiéndolos en los “Gel Angels”, un cuarteto de estilistas maricones que van en motitos Vespa de colores cortándole el pelo a la gente. Mi imagen del Apocalipsis ahora huele a spray y acondicionador.

Igualmente me anoté la idea en un papel, porque un día pienso llevarla a la TV transformada en un reality show en que estos cuatro peluqueros recorran el país cambiándole el look a la gente al mejor estilo extreme make over. Visualizo ya a una cholita jujeña con el afro de Gloria Gaynor.

¿Se dan cuenta? La cosa se descontrola, de una noticia apocalíptica en el noticiero de la tarde, del miedo y la búsqueda de una ficción útil que ayude a sobrellevarlo, terminamos con un reality show de peluqueros. Y podría ser peor, esto ahora suena ridículo, pero en el momento y lugar indicados, con una buena pluma detrás y el paso del tiempo, algo así podría fundar una religión. 

Todos desvirtuamos la realidad en nuestro beneficio, algunos le dicen subjetividad y otros punto de vista. Hay una escena de la película Manhattan, en la que Woody Allen tiene esta conversación con Meryl Streep, su ex esposa y madre de su hijo, que ahora es lesbiana y vive con su pareja:


Me gusta esa escena no sólo por ser romántica sin chorrear mermelada, lo que al cine norteamericano le cuesta horrores, sino porque además habla de tomar decisiones sin ser lógicos, de preferir equivocarnos siendo conscientes de que lo hacemos, mentirnos sabiendo que nos mentimos, engañarnos a nosotros mismos. Es lo que nos diferencia de una computadora, es ser libres más allá de nuestra propia razón, es elegir equivocarnos.

Es verdad también que por este arte de imaginar cosas que no están ahí y usarlas para sobrellevar la vida, uno puede acabar teniendo serias complicaciones. Si yo cuando me enamoro tengo terribilísimos problemas, en parte es por esto, porque pienso a la persona como me gustaría que fuera y no como es en realidad. Caigo rendido a los pies de un supuesto que la mayoría de las veces no existe, lo que lleva a que me enamore rápido y después me desenamore lento. Me cuesta horrores olvidar, pero no a la de verdad, sino a la que yo quería y que se parece tanto a esa otra hija de puta.

Arthur Connan Doyle, el creador del mejor detective del mundo: Sherlock Holmes, ese McGyver hiper-racional que con un bastón y olor a perfume te escribía la biografía ilustrada de su dueño, llegó el día en que se dio cuenta que su personaje, su ópera prima, opacaba al resto de sus obras y a él mismo, así que decidió matarlo. Pero la cosa no fue tan fácil. Fue tal la histeria que había despertado el personaje, tal el fanatismo, que la gente enloqueció, mandó millones de cartas a la editorial y al propio Doyle que tuvo que resucitarlo.

Este hecho aislado grafica un poco la columna vertebral de esta crónica. Pongámonos en la piel de un lector de las aventuras de Sherlock Holmes, apasionado por el racionalismo extremo, atento a las pistas de las historia, maravillado por la inteligencia de un personaje que descubre los robos más complejos y desenmascara a los asesinos mejor ocultos, un lector atento, perspicaz, que no se deja engañar por falsas huellas, que juega a ser Holmes e incluso compite con él intentando descubrir el misterio antes de llegar a las últimas páginas, pero que no tiene problema en que un día lo resuciten. Una contradicción tan grande como si en alguna de las historias hubiera aparecido el siguiente diálogo:

-Estoy maravillado Holmes, ha descubierto al asesino, pero ¿cómo lo supo?

-Es simple mi querido Watson: yo soy Dios. Y ahora me voy volando a la Sherlock-cueva, podés seguirme en tu Watsoneta.

Es poco serio, pero no menos serio que haberlo resucitado. Una cosa así no sólo habría arruinado absolutamente toda la saga de Doyle, ni un sólo lector lo hubiese perdonado, pero claro, cuando lo resucita nadie dice nada porque lo que importa es que ahora esté vivo. Conclusión: le arruinaron la obra completa a Conan Doyle. Personalmente me gusta verlo como una venganza consciente del autor, porque haber escrito eso fue realmente matarles a Sherlock Holmes.

Acá me hacen señales de que vaya redondeando…

Pedro Molina se preguntó “¿hay que encontrar la luz o hay que perder el miedo a la oscuridad?” y aunque suena a autoayuda, a mí siempre me gusto la frase. Esta crónica surgió de la noticia de Camping y su falso fin del mundo, de la gente que le donó fortunas para que los lleve con él al cielo, lo que no hace más que demostrar que esa gente lo que está es muerta de miedo, que necesita algo en que creer, la resurrección de Sherlock Holmes o la de Jesús, da igual, todo literatura, en definitiva de lo que tienen miedo es de vivir, o de morir que es lo mismo.

Esta es una opinión en un blog que no pretende ofender a nadie, incluso puedo equivocarme y ojalá así sea, porque a todos nos gustan los finales felices. Ojalá haya alguien mirándome en una TV Celestial y en HD en algún rincón del cosmos pensando “ya vas a ver cuando te agarre hereje”, ahora si cuando llegue ese momento esta entidad divina, sea Sai Baba, Krishna o San Pedro, pretende hacerme alguna especie de reclamo por mi falta de fé, yo le voy a pedir que sintonice un noticiero y acto seguido le voy a iniciar una demanda por abandono de persona. Bastante solo me dejaron con tanta realidad y un par de mentiras útiles nomás para defenderme.

Pero hasta que llegue ese momento no pienso preocuparme por cuestiones que no puedo resolver y me propongo prestarle más atención a otras un tanto más banales y cotidianas sí, pero también más concretas; como este mate frío, que no será el fín del mundo, pero así no se puede tomar. Hasta la próxima crónica.


5 comentarios:

Horito dijo...

Las crónicas no son la mismas que antes, te empezó a faltar ese condimento que las hacian tan especiales. Fijate de encontrarlo de nuevo porque sino se pudre todo.
Sino escribí otra onda y avisa.

Rolli Ston dijo...

A mí me gustó mucho.Abrazo.

Anónimo dijo...

Horito´s Rules!
Horito´s Rock!

Malvina Liberatore dijo...

De la narrativa, no hay dudas que es muy buena, pero sabés qué le falta Horacio, creo yo... Trabajo de campo!!! Queremos acción!

Juan Florencio dijo...

HIjo de mil... Valió la pena la espera. Odio reconocerlo, pero te pasaste. A veces tenés un desp(li)egue literario envidiable...
De todos modos para mí seguirás siendo un sujeto no amante de zappa, por ende, hereje.