viernes, 18 de abril de 2014

Se nos muere el mundo



Además de lo obvio que es la muerte, lo de Gabriel García Márquez es triste porque con él se nos fue una parte de algo que conocíamos, y que pensábamos que siempre iba a estar ahí.

Me acuerdo que con García Márquez arranqué cruzado. Tres veces leí en la primaria el Relato de un náufrago sin entenderlo demasiado, hasta que un día frente a la biblioteca noté que a mi edición del libro le faltaban cuarenta páginas. Sobre que no es muy largo, era como ver trailer e ir al colegio a dar el examen de la película. Las tres veces desaprobé. Puto García Márquez.

Pero él terminó ganando. "Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.", decía mientras le deban el premio Nobel en 1982. Cómo no querer a una persona que piensa así, distinto, y que lo dice así, tan lindo.

Conocí gente a la que sólo le había gustado un libro de él,  que casi siempre era Cien años de soledad, conocí a gente que tenía toda su colección. Pero no era una cuestión de cantidades, el tipo era una cuestión de… no sé de qué y eso era lo lindo. Realismo mágico. 

Con el cachetazo de su muerte a los 87 años me dieron ganas de escribir algo, y como Facebook se lleva todo para abajo y en cuestión de horas lo condena al “ver más” y Twitter no tiene más que 140 caracteres, y Clarín no me dio una columna, el boletín oficial no se dio por enterado, y en La Nación estaban muy ocupados viendo como dividir la colección completa para venderla en fascículos lo más rápido posible, escribo acá. 

“Gracias por tanto”, “Te vamos a extrañar” y “El mundo no va a ser lo mismo sin vos” (Todas declaraciones reales sacadas de mi Facebook), son cosas ciertas, pero que aplican como por "default" a todas las muertes, como si fueran también por "default" todas la misma. Así que yo le voy a festejar la vida tomando un vaso de Whisky, como él tomaba, y volviendo a leer, aunque no lo termine, Cien años de soledad, para acordarme por qué estoy escribiendo esto.

Mientras nos morimos nosotros, vemos cómo de a pedazos chiquitos se nos muere el mundo. Aunque no lo viera seguido, aunque nunca lo conocí, aunque no supiera qué estaba haciendo o en qué país estaría viviendo ahora, tenía la certeza de que ese mundo, mi mundo, este mundo; era un poco mejor si él andaba por ahí.

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